Básicamente quiero contar historias sobre arte, pensamientos y vivencias. ¿Por qué? Siento que debo escribir, que debo narrar mis contemplaciones, siendo muy optimista y a la vez humilde, quizá inspirar a una que otra alma que encuentre entre mis enredajos algún atisbo de belleza o al menos algo de valor.
Algunas veces haré comentarios sobre artistas que me llaman la atención por sus biografías o por su obra, en otros casos mostraré algo acerca de mis obras y de cómo están vinculadas con lo que soy, y otras veces, hablaré de aspectos técnicos que he aprendido en algunas actividades artísticas que me han servido para mejorar en la realización de mis obras.
Estoy muy entusiasmado con esta iniciativa de escribirles y mostrarles algo del arte que me inspira, por lo cual quiero hacerla fluir con amor, pasión y excelencia, como un pequeño destello de luz y belleza para este maravilloso mundo en que transcurre mi efímera vida.
Así que, aquí va la primera historia:
Se trata de un niño que jugaba a las canicas y hacía en la tierra unos canales serpenteantes por dónde empujarlas de manera que estos tuvieran curvaturas que dificultaran el avance de las canicas y curiosamente, que quedaran pulidos, con algo de estética para que fueran atractivos a la vista de los chicuelos competidores.
Barro fresco y barro seco
De pronto, los juegos en compañía se hacían aburridos por la repetición de las acciones, acaso por los conflictos que surgían por la trampa de algún pequeño jugador o tal vez, porque una pasión latente llamaba al espíritu infantil a cambiar de actividad. ¿De qué se trataba ese palpitar?
En el solar de la abuela materna, en la parte del fondo, caía una montaña cercana que descubría su pie a manera de barro (llamado caliche por los habitantes de ese horno de pueblo), a veces fresco, a veces seco según la temporada, pero de cualquier forma, atractivo para las manos de este pequeño lleno de curiosidad por este precioso material.
De la arcilla surgían figuras sencillas, formas incipientes de rostros con relieves poco pulidos que sus inexpertas manos apenas podían encarnar. El tiempo pasaba desapercibido y el espacio se comprimía por el embelesamiento que se apoderaba de su alma curiosa y alienada. Cuando no eran sus manos, las herramientas para transformar el barro eran los cuchillos, tenedores y cucharas que sigilosamente tomaba de la cocina o cualquier cachivache que almacenaba en un cajón.
Ese infantil encuentro con el arte de modelar o tallar, probablemente era un sendero por el cual escapar del fantasma de la soledad y el vacío que le producía la ausencia de su padre, o tal vez, una manera de expresar ante su entorno lo que con palabras era penoso y agobiante a causa de su espíritu tímido y abstraído, o incluso ¿por qué no? una manifestación temprana de una travesía predestinada por la naturaleza.
Hoy me pregunto ¿qué ha sido de ese niño cuyas manos al tocar el barro encontraron en este elemento una forma de manifestarse al mundo?
“Hay quienes al contemplar una obra, perciben un ansia latente por descubrir al humano detrás de ella.”
El porqué de este proyecto
Querido lector.
Básicamente quiero contar historias sobre arte, pensamientos y vivencias. ¿Por qué? Siento que debo escribir, que debo narrar mis contemplaciones, siendo muy optimista y a la vez humilde, quizá inspirar a una que otra alma que encuentre entre mis enredajos algún atisbo de belleza o al menos algo de valor.
Algunas veces haré comentarios sobre artistas que me llaman la atención por sus biografías o por su obra, en otros casos mostraré algo acerca de mis obras y de cómo están vinculadas con lo que soy, y otras veces, hablaré de aspectos técnicos que he aprendido en algunas actividades artísticas que me han servido para mejorar en la realización de mis obras.
Así que, aquí va la primera historia:
Se trata de un niño que jugaba a las canicas y hacía en la tierra unos canales serpenteantes por dónde empujarlas de manera que estos tuvieran curvaturas que dificultaran el avance de las canicas y curiosamente, que quedaran pulidos, con algo de estética para que fueran atractivos a la vista de los chicuelos competidores.
Barro fresco y barro seco
De pronto, los juegos en compañía se hacían aburridos por la repetición de las acciones, acaso por los conflictos que surgían por la trampa de algún pequeño jugador o tal vez, porque una pasión latente llamaba al espíritu infantil a cambiar de actividad. ¿De qué se trataba ese palpitar?
En el solar de la abuela materna, en la parte del fondo, caía una montaña cercana que descubría su pie a manera de barro (llamado caliche por los habitantes de ese horno de pueblo), a veces fresco, a veces seco según la temporada, pero de cualquier forma, atractivo para las manos de este pequeño lleno de curiosidad por este precioso material.
De la arcilla surgían figuras sencillas, formas incipientes de rostros con relieves poco pulidos que sus inexpertas manos apenas podían encarnar. El tiempo pasaba desapercibido y el espacio se comprimía por el embelesamiento que se apoderaba de su alma curiosa y alienada. Cuando no eran sus manos, las herramientas para transformar el barro eran los cuchillos, tenedores y cucharas que sigilosamente tomaba de la cocina o cualquier cachivache que almacenaba en un cajón.
Ese infantil encuentro con el arte de modelar o tallar, probablemente era un sendero por el cual escapar del fantasma de la soledad y el vacío que le producía la ausencia de su padre, o tal vez, una manera de expresar ante su entorno lo que con palabras era penoso y agobiante a causa de su espíritu tímido y abstraído, o incluso ¿por qué no? una manifestación temprana de una travesía predestinada por la naturaleza.
Hoy me pregunto ¿qué ha sido de ese niño cuyas manos al tocar el barro encontraron en este elemento una forma de manifestarse al mundo?
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